domingo, 26 de abril de 2009
sábado, 27 de septiembre de 2008
A ALEJANDRA (a A. Pizarnik)
verano infantil
vértigo aproximándose
las fiestas sin letargos
rompo los paréntesis
que enmarcan los puntos suspensivos
que doy a luz
entre idea encerrada
e idea encerrada
no me importa ser pobre
porque entonces puedo ver
el rojo de mis únicos zapatos
y recordar mis danzas de nunca jamás
en la playa
donde se besan los grillos
un día nací
ahora estamos solas
todos se van
y guardo la memoria
en los espacios vacíos
de la biblioteca
desfilan ante mí los muros
mi mano se desliza sobre el blanco
mis ojos ven la blancura nocturna
de tu blanco
caen gotas de rocío
el amanecer es sólo el aclararse del cielo
me detengo en los instantes
inmóvil en el presente
sin extensiones pasadas
sin ansiedades futuras
te leo
escucho tu voz desconocida
y viajo
arrastrada
por tu viento
(fragmento) (2003)
NATURALEZA MUERTA (o El Vacío) (2004)
Ruidos opacos. Manzanas grises. Una jarra vacía. Pétalos de claveles disecados esparcidos sobre una colcha gastada. Ojeras dibujadas en el espejo indiferente. Mudez. Alegría maniatada. Veladores cansados con su luz desvaída. Un inexorable vaciarse del vacío. Cadenas enmohecidas. Lágrimas secas. Penumbra uterina. Belleza color sepia. Instinto embalsamado. Ceguera rígida frente a un muro descascarado.
Por favor.
(de perincipios de 2004)
Con esta sensación de haber muerto recién y una desnudez novedosa y extraña pongo música para que se callen las voces de mi locura, que nada dicen, pero cuyo tono es horrendo.
Durante mi vista sigue borrosa. La alegría amarilla de los Beatles me desgarra y me invade de insípida tristeza.
Y manuscribo nuevamente. El cuaderno me acoge en sus hojas uterinas y la lapicera va conmigo de mi mano; fieles hasta siempre, en cualquier lugar y bajo cualquier cielo, cualquier techo, gratuitamente, en cualquier momento. Estaré bien mientras tenga tenga papel y tinta, yerba, azúcar y agua caliente. ¡Y tengo más! Mucho más. Una gata Mimosa duerme a mis pies. Cuando me extraña, cuando me recibe, cuando de mí de pende y lealmente lo demuestra, me recuerda, aún en felino silnecio, que no debo morir.
Junto al mar, un hombre que no me conoce y al que no conozco piensa en mí durante el día, feliz, enamorado de todo y de nada.
Mi último enamoramiento, coincidente con la llegada de Guillermo a mi vida, desapareció como una Sueve brisa que se aquieta, junto con la primavera fallecida. El ensueño se esfumó, el cielo azul se llenó de nubes grises e insulsas, los jazmines fragantes se marchitaron y los pajaritos se fueron volando, claro. Quedó sólo Guillermo a secas, exponiendo todos sus defectos, como el Príncipe de la Nostalgia. Mis ojos dejaron de resplandecer y ahora miran al suelo, como antes. Y mientras escribo estas cosas me doy cuenta de que n es imprescindible una ventisca de amor quinceañero para ver el cielo; bastará con que salga al patio ahora mismo, alce mi cabeza e instale mis pupilas en lo alto...
Tendré música mientras tenga voz. Porque todos tenemos derecho a cantar, bien o mal, como sea. Y si grito menos en la angustia, si depongo la ira vana, tendré gloria en mi garganta para eternas melodías. Y siempre habrá una guitarra sonando en algún lado. Será suficiente caminar, sin temor, hacia alguna plaza llena de gente, de oxígeno, de estrellas. Habrá siempre partituras, siempre habrá un lutier, siempre habrá un músico o al menos un simple ejecutante.
Quiero sostener este frágil optimismo en medio del temor. Quiero lograrlo por hoy. Que las fobias les den un respiro a mis ganas amordazas.
martes, 23 de septiembre de 2008
(intento de poema)
que sane mi alma decaída,
que me sostenga en la esperanza de la vida
lejos del rugido del inicuo.
El pajarero mis alas deteriora
¿podré remontar vuelo todavía?
Venda, Jah, mi herida, limpia mi deshonra,
mi alma impotente, triste, te suplica.
Que con aguante pueda atravesar los días
y en mi amarga pena me alimente
la dulzura del gozo, el saber de tu sonrisa
cuando acudiendo a ti en mi desamparo
sigo el camino que tu diestra me indica
y soy la consolada que tu corazón regocija.
OLGA
un nombre sólido, bello
un nombre de amor que se efectúa
Olga
ella es el ala de Dios que me acaricia
su voz, espiritual, firme, voz que ama
sus valerosas manos son las que cambian
las sábanas de mi diván de enferma
y la luz de la paz soberana
esta mañana iluminó mi sombra
Olga
tu presencia fue
la mano extendida de Jehová
y tomaste a cambio un trozo de mi corazón
pusiste en tu bolso parte de mi carga
y te fuiste, sonriendo
creyendo que habías recibido
a tu lado viviría eternamente
UNA PENA LLUVIOSA...
el cielo, de lumínico gris vestido
se ha devorado el vivificante rostro de sus arreboles
y de sus celestes amables y diurnos.
Durante la noche
el desconocido reeemplazó
por piedra helada mi noble corazón.
No hay melodía capaz de atravesar
mi jaula de melancólicos metales.
Es un día de muerte,
de sepulcros abiertos en la espera...
Hace tanta tristeza moribunda
que todos deberían perecer....
Mañana será domingo,
día de cementerios
de claveles marchitos.
No puedo estar alerta
contra aquello que me sobreviene
del espejo de lo desconocido.
¿Quién dicta mis estados,
mis sonrisas,
mis deseos,
mis desazones,
mis horrores?
Hoy
todas las guitarras del mundo se han desafinado
las golondrinas no encuentran primaveras
se desenfundan las armas de todos los suicidas
se aquietó, cansadísimo,
el viento que hacía danzar las copas de los árboles.
VOLARÉ HASTA ALLÍ
hasta el amanecer contra la hierba húmeda
junto al río y su arrullo
bajo la tibieza del sol amigo de la brisa
hasta el aroma de los pinos
y yo
(¿cuál de todas mis estaciones soy yo?)
yo
tendida
entregada al descanso
ofrendada al día y su luz
hasta que amanezcan las estrellas
sobre mi cuerpo de mujer
sin edades
desnudo y libre
como el viento estival
resonarán cuerdas y cajas
corcheas latirán en mi pecho
en mi risa arpegios sonarán
y entonces cantaré
seré tu esposa
serás mi dueño
sentiré tu respirar
sobre mi piel
que será
tu piel
para siempre
volaré hasta allí
volaré hasta allí
NUESTRA PRIMAVERA (cuentito)
Él me ha seguido hablando, pero no llegué a escuchar nada. "Nenas como estas me escarnecieron durante toda la adolescencia, Guillermo. Ahora que sufro por cosas más importantes y que tengo diez años más, me encanta aborrecerlas secretamente.", digo sin cuidarme ya de cuánto sarcasmo estoy malgastando esta tarde. Guillermo se ríe y hace suya mi carita.
Pagamos la cuenta por los cafés y salimos a la calle, al frío húmedo y entorpecedor de los comienzos de este siglo sin estaciones. Tal vez sea por eso que nunca sé qué mes corre o en qué día estamos: por la súbita desaparición de las estaciones. Claro, no es mi locura, ni una discapacidad de la concentración. Es, como infiero, la simple unificación húmeda y fatigosa de las estaciones del año. "¿Entendés lo que te digo, princesa?", me pregunta él. "¿Cómo? Perdoname, perdí la concentración y no te oí nada. ¿Me repetís? Deben ser los remedios... " "Te decía que podrías escribir algo gracioso." "No, es imposible, adoro mi tragedia, no puedo escaparme del estilo de la desgracia. Las únicas risas que me quedan son amargo sarcasmo. Si a veces me llegan de las otras, mi madre o algún estúpido me las reprime por exageradas o "falsas", según argumentan irritados por mi único ratito de alegría genuina correspondiente al lustro. Parece que estudiaran en algún lado la manera de angustiarme la vida. Salvo vos. Aunque con vos, Guillermo, me gusta más llorar a raudales por la emoción de quererte tanto. ¿Qué día es hoy? ¿Estamos en agosto ya?"
Él me dice que también me quiere y mira mis ojos tristes como si fueran ojitos brillantes de quinceañera tímida; entonces los suyos también se achican y se convierten en ojitos. Nos abrazamos en la parada del colectivo, en plena avenida, nos encendemos, nos besuqueamos como chicos enamorados. Seguramente la gente nos observa. Los adolescentes salen de las escuelas a esta hora. Ellos no nos miran. Y nos comportamos como ellos, hoy en día (no sé en qué año porque pierdo la noción del tiempo) a mis veintiséis y a los treinta y ocho de Guillermo. "Mirá, ahí enfrente, allá voy al dentista los martes.", comento. Guillermo me abraza con efusión. Nos miramos nuevamente, como tontos. Una brisa cálida y seca se mete apurada en la ciudad para recorrer subrepticiamente la avenida, la parada, nuestro beso. "Preciosa... ", me piropea Guillermo. Y soy feliz. Ahora, a los veintiséis, en un frío y caliente día de... ¿julio?, ¿septiembre? Me cuesta concentrarme, tal vez por el cansancio. Ah, no, claro... la desaparición de las estaciones...
Parece ser que pensé en voz alta, porque Guillermo, que todavía no aprendió a leerme la mente por completo, me pregunta: "¿Qué dijiste del clima?" Y me estrecha con las manos la cintura. "Nada... nada. Mirá, allá. Cuando yo tenía dieciséis, salía del colegio y tomaba este mismo colectivo en aquella esquina. No sabés qué frío que hacía en los inviernos."
ERA NIÑA
Era niña, creo. Al despertar, mi madre me preparaba mate cocido con leche. De noche yo padecía terrores indecibles antes de quedarme dormida; para consolarme, trataba de pensar en esas cosas triviales como aves y paisajes ajardinados, pero el miedo a lo desconocido, a los fantasmas de la infancia que, aunque no lo creas, aún siguen acechándome en las noches silenciosas, subyugaba toda otra imagen. Yo me cubría con las limpias sábanas de la cama preparada por mi madre. Me cubría todo el cuerpo, hasta la punta del dedo meñique, para que el objeto de mi terror no me pudiese tocar. En aquellos tiempos mi madre estaba embarazada. Yo era inocente. Creo que lo era, o que lo fui hasta la pubertad. Esos terrores nocturnos eran mi impureza, seguramente.
Tenía un corazón hipersensible. La ternura de mi padre me aliviaba, pero yo sufría por él. Me daba mucha pena que no tuviera una hijita feliz. Creo que estaba más triste por él que por mí misma. Recuerdo que mi padre guardaba todos los dibujos que yo hacía para él. Poco antes de cumplir mis seis años de vida, llegó una tarde con una fea, poco llamativa cajita de cartón con agujeros. Era gris, recuerdo. Pero lo que más recuerdo es la expresión de mi padre al entregármela. Gozaba de antemano la alegría que esperaba ver en mí cuando la abriera. Esa expresión la he visto hace poco, por ejemplo cuando me compró mi último teléfono móvil y me lo dejó en mi departamentito. La ternura feliz del semblante de un padre que hace un regalo a su niña. Aún soy una niña para mi padre. Cuando estoy con él, cuando me trata con amor manifiesto, siento que todavía soy una niña. Muriéndome, pero niña. No hay piel como la de mi padre. No hay corazón como el de mi padre, tan puro. Mi padre es un niño. Y si no fuera su hija, yo sería su madre. Aquella cajita gris aún tiene vida. Al menos su contenido. Aquel amor de mi padre, su placer de darme, mi niñez triste, feliz y solitaria, aún existen. En sus ojos, en sus gestos, en mi miedo. El contenido de la caja gris, una tortuguita, camina todavía por los jardines de la casa de mi familia. Yo estoy sola. Siempre es de noche. Y tengo mucho miedo. Y quiero que me abrace mi padre. Y morir en sus brazos. Él me contaba, recuerdo… que cuando nací, mi cuerpito le cabía en su antebrazo. En la fatigada sonrisa ingenua de mi padre perdura la alegría inmaculada de alguna de mis infancias.
martes, 1 de abril de 2008
EL DÍA DESPUÉS
Me gustaría tener fiebre sin dolor y adelgazar debido a ella. Que viniera mi mamá y me trajera una sopita de dedalitos a la cama. Sería lindo que Facundo lo hiciera. Solía hacerlo. Reconozco que yo era muy mala esposa en eso de hacerle la comida y esas cosas. La verdad es que no estaba capacitada para ser esposa. Soy una niña. Y estaba muy mal. Pero ahora sí le haría la comida. Quiero a mi esposo en casa. Estoy muy desanimada. Necesito urgentemente darme un baño. Iré a llenar la bañera. Ahora regreso.
Aquí estoy. El médico de guardia no llama. En fin. Ayer despejé un poco la casa bajo los efectos de la cocaína. Qué patético.
Qué tragedia.
Hoy estoy lejos de Jehová. Debido al pecado al que me lleva mi enfermedad.